¿Quieres ser luz?

     ¿Te imaginas por un momento con el poder de emitir luz? Sí, imagina que emitieras luz. Pero no una luz estridente e intensa como emitimos muchas veces queriendo ser el centro de la atención.
     Imagina emitir una luz suave y cálida. Amable. Una luz que envuelve, que abraza, que acaricia. Una luz que allá donde vayas ponga luz. Que caliente, que alumbre, que aliente. No en todo lugar como hacemos muchas veces queriendo proyectar no sé sabe qué. Ser luz allí donde y cuando se necesita.
     Luz que alumbra, luz que calienta; que hace sonreír, que ilumina el semblante, el corazón y la mente. Luz que te envuelve.
     Imagina, sí, que puedes ser luz para muchos. Imagina que, allí donde vayas, puedes poner luz. ¿Verdad que así el mundo muestra mejor su color?  

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¿Cuándo fue aquello?

     Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. 
     Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. 
     Mateo 25: 37-40

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Carta de un caminante

      Querido amigo:
      Por fin he caminado. Tranquilo, no te vayas a pensar que desde que no te escribo haya estado lesionado. No es eso.
      Lo llaman caminar, aunque resulte paradójico, porque, caminar, caminamos todos cada día, por distintos caminos. Con caminar, ellos se refieren a participar en un retiro. El de Emaus. He sido caminante, porque he participado en ese retiro de ¡tan sólo! 48 horas. Un fin de semana.
      He caminado, como otros muchos, digamos, por invitación; por la sugerencia insistente de alguien que me quiere mucho. Como otros, lo he iniciado con escepticismo.
      Poco puedo contarte, querido Ernesto, porque, para el beneficio de los futuros caminantes (y por respeto a lo que escuchas allí) se requiere confidencialidad. No obstante, son muchos los que a mí y a otros caminantes, al percibir las diferencias entre antes y después, preguntan qué nos ha pasado entre medias. Aprecian un más intenso brillo en la mirada, una sonrisa más pronunciada y duradera, hasta carcajadas, un semblante sereno… ¿qué me ha pasado?
      48 horas con otros muchos hombres, casi cien, casi todos ellos laicos. Sí, es un retiro de la Iglesia Católica, conducido por laicos. Retiros distintos para hombres y mujeres. Otro más, este mixto, para jóvenes –el llamado Effetá–. 48 horas de una experiencia sanadora, que acerca a Dios, incluso en los casos de mayor alejamiento hasta entonces (no practicantes, agnósticos, ateos). Recomendable para quienes están atravesando alguna dificultad en el plano personal, familiar o laboral; para quienes necesitan sanar heridas del pasado, más o menos profundas, que, latentes, actúan en el presente, aún sin que tú seas consciente, condicionando tu humor, tus decisiones, tu forma de relacionarte con los demás. Para quien quiere acercarse a Dios, y sentirlo. Para quien requiere perdonar y ser perdonado, y derribar los tan dañinos prejuicios.
      Por sus frutos los conoceréis –Mateo 7:15–. En este caso los frutos del Espíritu Santo, que no son sino –Gálatas 5: 22–: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí.
       Ya no volveré a caminar. Sólo se camina una vez. Eso sí, podré servir y, a los que más quiero, invitar a caminar.
      Un fuerte abrazo, querido amigo.

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¿Te atreves con estas dos no tan simples preguntas?

Era una reunión de amigos, un día cualquiera. De repente, casi por sorpresa, la más joven de las chicas, preguntó: ¿Qué es para vosotros el amor?

Después de comentar las respuestas, continuaron charlando de otras cosas. Casi terminada la reunión, el chico que menos había hablado, también por sorpresa, lanzó su pregunta: Y la familia, ¿qué es la familia?

¿Quieres responder tú? Puedes hacerlo usando estos formularios anónimos: Amor – Familia. En breve, publicaremos los resultados, a título general.

 

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Los verdaderos pilares de la amistad

Al menos, los verdaderos para las 64 personas que respondisteis al cuestionario de marzo de 2021. ¡Muchas gracias a todas! Y muchas gracias a quienes lo compartisteis con familiares y amigos para que ellos pudieran completarlo también. Aquí tenéis un resumen de las respuestas, junto con unas reflexiones mías. 

¿Qué importancia le das a cada uno de estos atributos a la hora de mantener una amistad?
      
      Según lo anterior, queda claro que lo que más valoramos en una relación de amistad es el apoyo que nos prestamos, que nos gusta que sea: apoyo emocional, mutuo y desinteresado.
      La solidaridad, también muy valorada, puede entenderse como una extensión del referido apoyo: la capacidad para comprender la situación del amigo y, en la dificultad, prestar ayuda, estar a su lado.
      Más del 80% de los participantes indican como totalmente o bastante relevante la reciprocidad o correspondencia. ¿Invalida esto la hipótesis del apoyo desinteresado? En mi opinión, no. Entiendo como desinteresado el hecho de que, en el momento preciso en el que se presta la ayuda, en ese momento, no hay un interés por parte de quien la da. Es obvio que, a la larga, interés siempre tenemos. ¿O acaso no mantienes una amistad porque te interesa?
      Pasemos ahora en lo que nos importa menos (nada o poco relevante). ¿Te has fijado en la poquísima importancia que le damos a la afinidad política, a pesar de las acaloradas discusiones que provoca (cuando nos saltamos la recomendable norma de no hablar de política)? Parece que a un amigo se le consienten sus inclinaciones políticas, al igual que las creencias religiosas o de otro tipo. Así hago yo, a no ser que esas convicciones y creencias le lleven a un radicalismo que raye la falta de respeto, o a la agresión verbal.
      Ahora bien, ¿da igual la naturaleza de las discrepancias, ya sean en materia de política, religión, salud, educación, crianza de los hijos, o cuidado personal? Porque, en esta época tan peculiar, algunas decisiones personales y la expresión de los motivos para tomarlas, están impactando negativamente en las relaciones de amistad, su frecuencia y su profundidad. ¿Resiste el apoyo emocional mutuo este desafío? La respuesta al atributo misma opinión en temas importantes nos puede dar una pista, ya que importa a un 33% de los participantes. Suficientes para que se note. Equivaldría a decir que, probablemente, uno de cada tres amigos podría dejar de serlo, o no lo sería tanto.
      Vayamos ahora con la siguiente pregunta del formulario: ¿Romperías con tu amigo/a si…
      
      Un primer vistazo a las respuestas sugiere que es verdaderamente difícil romper con un amigo. Parece que somos bastante tolerantes con sus deslices. Para la mayoría de los participantes, la calumnia y la difamación son el principal motivo para terminar una relación de amistad. Después, y no para tantas personas: haber tenido varias discusiones fuertes o contrastar que te miente u oculta información.
      Para continuar, me refiero ahora a una de las dos preguntas planteadas con respuesta abierta: ¿Qué otros atributos son importantes para ti en una relación de amistad? Los porcentajes siguientes no deberían compararse con los obtenidos por los atributos tratados hasta ahora, dado que aquellos exigían respuesta obligatoria, mientras que estos son los elegidos por los participantes de entre todos los que pudieran tener en mente, sin limitación ni referencia alguna.
      
       La confianza aparece como el atributo más destacado. Y es que para muchos –si no para todos- la confianza es la base de cualquier relación de amistad verdadera duradera. Hasta el punto de que, perdida la confianza, o bien se pierde la relación, o bien se mantiene de manera superflua, para contenidos triviales, sin mayor compromiso.
      Vamos con la segunda pregunta de las de respuesta abierta: ¿Qué otros motivos o situaciones te llevaría a romper la amistad con alguien?
      
      Los atributos más referidos como causas para romper una amistad son traición, mentira y deslealtad (que yo he agrupado por considerarlos afines), con un 17%. Además, si añadimos la indiscreción, las referencias aumentan hasta un 23% de los participantes. Y es que todas ellas socaban la confianza, a la que ya me he referido en el apartado anterior, como requisito esencial de las relaciones de amistad.
      Para concluir esta entrada, reproduzco aquí algunos de los comentarios que los participantes han dejado al final del cuestionario:
 

¿Te ha gustado la entrada y el estudio que reproduce? Déjanos abajo tu comentario, por favor.

¿Quieres compartir el ensayo completo o parte de sus contenidos? Puedes hacerlo, por supuesto. Por favor, hazlo citando siempre la autoría. Puedes descargarte el documento completo aquí:
Los verdaderos pilares de la amistad – Version para descargar

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Por miedo, y por miedo

Hace ya varias semanas que renuncié a convencer a nadie de que mantenga una postura similar a la mía hacia el covid, y contraria a las vacunas. En consecuencia, he renunciado también a debatir sobre ambos: covid y vacuna. En especial, con mis amigos. Lo hago por varias razones, pero la principal, como otras muchas veces, es el miedo. En este caso, el miedo a perderlos. A perder su amistad.

No obstante, que haya renunciado a debatir sobre estas vacunas no significa que oculte mi posición, contraria a ellas. No, en absoluto. Faltaría a mi honestidad. Simplemente, menciono mi posición cuando soy preguntado o cuando se me anima a vacunarme. En estos casos, suelo exponerla, sí. Sin más debate. Porque, además, mi condición, ajena al sistema médico, dificulta que mis razonamientos sean considerados válidos. Como alternativa, remito a quienes sí son médicos. Entre otros, el doctor Luis Miguel Benito de Benito o el doctor Juan José Martínez.

Con todo, a pesar de haber escrito esto: ¿Por qué algunas personas eligen no vacunarse?, y esto otro: 8 preguntas más que muchos nos hacemos sobre el coronavirus, tengo que decir que la razón principal por la que no me vacuno –además de la obvia de considerarlo inncesario– es, una vez más, el miedo. Miedo a, vacunándome, ser uno de esos casos casi imposibles –por improbables– en los que los efectos secundarios o adversos se manifiesten de manera violenta o, incluso, letal. O sea, por miedo a palmarla, a quedarme impedido de alguna manera, o a desarrollar yo que sé que mal, ese sí, persistente. ¿Gilipolleces? No digo que no, pero cada uno tiene las suyas. Y yo no soy una excepción, aunque, ya lo sé, en España, pocas hay, porque, sencillamente, casi no hay registros de efectos adversos. Muchos más en Estados Unidos, donde sí se registran más. Tal vez porque son más.  (Véase https://vaers.hhs.gov/)

En definitiva, el miedo, que es libre, a mi me esclaviza. Dicen quienes defienden la bondad de todas las emociones, que el miedo, comedido y razonable, nos protege de riesgos y males. ¿Qué es lo comedido y razonable? ¿Qué dato ínfimo de probabilidad haría desaparecer mi miedo? ¿El mío concretamente? Cero. Cero probabilidad de efectos adversos graves. Miedo nulo con riesgo nulo.

No debatir no solamente significa, en mi caso, dejar de argumentar. También significa dejar de escuchar argumentos. En especial, la lacerante exposición, en alternancia, de muertos con y sin vacuna. De personas que existen o no. Que han muerto o que no. Porque, como los refranes, dicho uno, enseguida encuentras el que lo contradice.

No ha sido una decisión fácil. La de elegir no debatir, digo, que la de no vacunarme me ha resultado, sí, harto fácil. Y es que, como otras muchas personas –al menos todas y cada una de las que me animan a vacunarme–, lo que si me resulta fácil es creerme en posesión de la verdad y, en consecuencia, abanderándola, cargado de dogmatismo, me resulta fácil empezar a soltar mi discurso a cualquiera con quien me topo, en la confianza –y la seguridad– de que hago el bien, además, desinteresadamente. ¡Muy humano, por otra parte! En especial, cuando toca el turno de llamar a filas –léase colas de las vacunas– a los niños y adolescentes, cuyos padres, mayoritariamente, tendrán que decidir en su lugar. Decidir siempre por el bien presente –y futuro–, tanto si es que sí, como si es que no; sea lo que sea, tal como se me respeta a mí, lo voy a respetar yo. Ya se elija hacer cola o no.

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Añoranza y más

 

Apoyado en la barandilla del balcón, mira a la calle. Tal vez piensa que está solo, o que yo estoy dormido, porque, en la tumbona, descanso con los ojos cerrados. O, quizás, solamente pretendiera murmurar. Pero ni el abuelo murmura ni yo dormito. Escucho su lamento:

Nunca imaginé que os echaría tanto de menos. Porque os tuve siempre conmigo. Porque estabais siempre disponibles, a mi alcance. Siempre es siempre; en cualquier momento. De repente, ya no estáis. No fui capaz de apreciar entonces lo que significaría vuestra marcha repentina. Total; ¡puro formalismo!, pensé. Meses después, ¡cuánto os añoro! ¡Deseo tanto vuestro regreso! No debería tener semejante dependencia. Lo sé. Otros no la tienen. Pero, yo, yo estaba muy encariñado con vosotros. Por fortuna, por h o por b, pronto os recuperaré.

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Los pilares de la amistad

 

¿Se tambalea la amistad en estos tiempos? ¿Acaso no son suficientemente fuertes sus pilares? Pareciera que no, cuando escuchamos a muchas personas decir: “A este paso, nos quedaremos sin amigos.”

¿Cuáles son los pilares de la amistad, entonces? ¿Puede ser, como el amor, incondicional la amistad? Quizás lo sea para quien dice: “A pesar de todo, nuestra amistad perdurará.”

¿Perdurá la tuya? ¿Cuáles son, pues, los pilares de tu amistad? Compártelo con nosotros, por favor, completando este cuestionario anónimo:

                    Los pilares de la amistad

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Una preguntita, o dos

  • Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Lucas 6, 20)
  • ¿Qué buscáis? (Juan 1, 38)

Jesucristo planteó sin ningún preámbulo estas preguntas a sus discípulos. Hoy en día, siguen vigentes para cada uno de nosotros. Aunque no responderlas es ya una manera de responder, siempre habrá quien te las repita, o te plantee otras similares:

  • Y tú, ¿quién dices que eres tú?
  • ¿De qué escapas?

Entonces, en el fondo, tú, y sólo tú, sabes qué vas a hacer y por qué.

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Sin reparo ni tibieza

Por fin hoy me atrevo a tratarte sin delicadeza,
Después de tantos años dejándote hacer,
Lo que sin duda no es más que entorpecer,
Mi camino a lugares que nunca imaginó tu bajeza.

No aparentas tanta maldad,
Cuando argumentas con ligereza
Que “Ya habrá otra oportunidad”,
Y cuestionas si “¿No serán aires de grandeza?”

No digo que no aspire a más de una proeza,
De momento,  sólo a usar mis destrezas.
Extraño para ti que, cargada de sutileza,
Y muy afanada, aireas mis flaquezas.

Pensé que eras parte de mí,
Como el miedo o la tristeza.
Que tendrías una noble razón de existir,
Y que actuabas con franqueza.

Camuflada siempre tras aparente razón,
pretendes enmudecer mi corazón.
¡Cuán pernicioso es tu engaño!,
que, prolongado, acrecienta el daño.

Como recién inspirado por un sueño,
Sé que sólo existes en mi cabeza.
De mis actos, yo soy el dueño.
Harto de ti, grito hoy sin reparo ni tibieza:

Para siempre, adiós maldita pereza.

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