De repente, todo se tambalea; mucho de lo que nos rodea se desmorona. Por increíble que parezca, ¡es real! No se trata de un mal sueño, no; no es una pesadilla, aunque lo deseemos. Ya han amanecido muchos días, y la tragedia perdura.
Nos resulta inaudito que todo pueda ocurrir de un día para otro. Que todo cambie de una manera tan radical: los que hasta ahora nos sentíamos seguros, pericibimos inseguridad. Los que nos sentíamos vulnerables, sentimos más vulnerabilidad todavía. De repente, nos resulta más fácil empatizar con los más necesitados. Ahora más que nunca; ahora sí.
Queremos imaginar una salida. Pensamos en el futuro y nos decimos que todo pasará. Entre tanto, nos preparamos para lo que queda por venir. Nos recomiendan distanciarnos, alejarnos de la primera línea de las noticias. Y, si leemos números, dejar de imaginar qué historias hay detrás de ellos, sólo leer cifras… en tanto en cuanto nadie próximo forme parte de esas cifras.
No obstante, de sobra sabemos por quién doblan las campanas. Su doblar nos recuerda que es el tiempo de la templanza, la compasión, la caridad. Y de la oración que mantenga nuestra esperanza e ilusión.
Las campanas doblan por ti, doblan por mí. Nos llaman a reflexionar y, desde nuestras posibilidades, a actuar. Para aplacar el dolor con nuestras mejores dosis de amor y solidaridad. Y luchar, siempre luchar.
¡Por una vida apasionante!
vive, disfruta, comparte
Por el mismo autor: www.15habitos.com