Nubes después de las nubes

¡A ver si pasa todo! Lo oímos sin cesar. Lo dices tú, lo digo yo.
Imagina que ya todo ha pasado. No importa cuánto tiempo haya transcurrido. El suficiente. ¿Lo imaginas?

¡Qué alegría! Todo ha pasado ya. Piensa, por un momento, gracias a qué:
 – ¿Gracias a las mascarillas en todos los lugares, a todas las horas, con cualquier persona?
 – ¿Gracias al distanciamiento, incluido el de las personas más cercanas?
 – ¿Gracias a las reuniones de diez? ¿A las de seis? ¿O a las de cuatro?
 – ¿Gracias a las limitaciones de aforo en restaurantes, teatros, conferencias, lugares de culto, pero no en el transporte público?
 – ¿Gracias a dejar de abrazar a tus padres, a tus abuelos, a tus hijos?
 – ¿Gracias a las vacunas?
 – ¿Gracias al estado de alarma y a quienes lo impusieron?

¿Gracias a qué de todo lo anterior? ¿A todo, todo? No habrá certezas. Entonces, por si acaso, intuyo que:
  – Seguirán siendo obligatorias las mascarillas en todos los lugares, a todas las horas, con cualquier persona.
  – Seguirá siendo obligatorio el distanciamiento, incluido el de las personas más cercanas.
  – Seguirán restringiendo las reuniones a seis o cuatro personas.
  – Mantendrán las limitaciones de aforo en restaurantes, teatros, conferencias, lugares de culto, pero no en el transporte público.
  – Seguirán recomendando no abrazar a tus padres ni a tus abuelos ni a tus hijos.
  – Mantendrán las vacunas de por vida.
  – Mantendrán el estado de alarma –o amenazarán con él para seguir legislando a su antojo-, los mismos gobernantes de ahora, o los que los sucedan.

Dirás, tal vez, que esta es una visión catastrofista. Y que me equivoco. Que después de uno, tres o cinco años, ya no habrá rastro del virus. Y digo yo, ¿qué virus? Otro saldrá, o este mutará. Entonces, rastro no habrá de nuestra libertad. O, quizá, superman nos venga a rescatar, disfrazado de  verdad. 

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Felicidad: noble aspiración

Felicidad

En momentos en los que muchos necesitamos recuperar nuestra salud mental –si es que la tuvimos algún día–, traigo a colación a Martin Seligman. El padre de la psicología positiva nos anima a aspirar a la felicidad y el bienestar a través de:

  1. Experimentar emociones positivas; las que nos aportan placer, en su acepción más amplia.
  2. Comprometernos, involcrarse en algo digno; lo que mantiene el ritmo de nuestras acciones y eleva el ánimo.
  3. Mantener relaciones personales positivas.
  4. Lograr metas, incluso triviales.
  5. Disponer de un propósito, dar un significado a lo que hacemos.

Quizá estas preguntas ayuden a pasar a la acción en lo que, en mi opinión, resulta más sencillo:

  • ¿Qué actividad haré cada día que me provoque una emoción positiva o más? ¿Qué actividad placentera, por sencilla que sea?
  • ¿Con quién voy a relacionarme en los próximos días de manera positiva? ¿Qué voy a hacer que suponga una relación positiva?
  • ¿Qué he logrado en los últimos días, habiéndomelo propuesto expresamente o no?
  • ¿Cómo puedo dar significado a lo más relevante que hago cada día?

Para quien se atreva con algo más a medio y largo plazos:

  • ¿Con qué causa quiero comprometerme y trabajar en su favor?
  • ¿Qué hábitos voy a adquirir para fomentar relaciones personales positivas?
  • ¿Qué metas quiero alcanzar, por las que me dispongo a perseverar?
  • ¿Cuál es la razón por la que salgo con ilusión cada día de la cama? ¿Qué propósito persigo con lo que hago?

Tal vez, por ahora, basten dos o tres preguntas, respondidas desde el corazón. ¡Felicidad: noble aspiración!

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