Por miedo, y por miedo

Hace ya varias semanas que renuncié a convencer a nadie de que mantenga una postura similar a la mía hacia el covid, y contraria a las vacunas. En consecuencia, he renunciado también a debatir sobre ambos: covid y vacuna. En especial, con mis amigos. Lo hago por varias razones, pero la principal, como otras muchas veces, es el miedo. En este caso, el miedo a perderlos. A perder su amistad.

No obstante, que haya renunciado a debatir sobre estas vacunas no significa que oculte mi posición, contraria a ellas. No, en absoluto. Faltaría a mi honestidad. Simplemente, menciono mi posición cuando soy preguntado o cuando se me anima a vacunarme. En estos casos, suelo exponerla, sí. Sin más debate. Porque, además, mi condición, ajena al sistema médico, dificulta que mis razonamientos sean considerados válidos. Como alternativa, remito a quienes sí son médicos. Entre otros, el doctor Luis Miguel Benito de Benito o el doctor Juan José Martínez.

Con todo, a pesar de haber escrito esto: ¿Por qué algunas personas eligen no vacunarse?, y esto otro: 8 preguntas más que muchos nos hacemos sobre el coronavirus, tengo que decir que la razón principal por la que no me vacuno –además de la obvia de considerarlo inncesario– es, una vez más, el miedo. Miedo a, vacunándome, ser uno de esos casos casi imposibles –por improbables– en los que los efectos secundarios o adversos se manifiesten de manera violenta o, incluso, letal. O sea, por miedo a palmarla, a quedarme impedido de alguna manera, o a desarrollar yo que sé que mal, ese sí, persistente. ¿Gilipolleces? No digo que no, pero cada uno tiene las suyas. Y yo no soy una excepción, aunque, ya lo sé, en España, pocas hay, porque, sencillamente, casi no hay registros de efectos adversos. Muchos más en Estados Unidos, donde sí se registran más. Tal vez porque son más.  (Véase https://vaers.hhs.gov/)

En definitiva, el miedo, que es libre, a mi me esclaviza. Dicen quienes defienden la bondad de todas las emociones, que el miedo, comedido y razonable, nos protege de riesgos y males. ¿Qué es lo comedido y razonable? ¿Qué dato ínfimo de probabilidad haría desaparecer mi miedo? ¿El mío concretamente? Cero. Cero probabilidad de efectos adversos graves. Miedo nulo con riesgo nulo.

No debatir no solamente significa, en mi caso, dejar de argumentar. También significa dejar de escuchar argumentos. En especial, la lacerante exposición, en alternancia, de muertos con y sin vacuna. De personas que existen o no. Que han muerto o que no. Porque, como los refranes, dicho uno, enseguida encuentras el que lo contradice.

No ha sido una decisión fácil. La de elegir no debatir, digo, que la de no vacunarme me ha resultado, sí, harto fácil. Y es que, como otras muchas personas –al menos todas y cada una de las que me animan a vacunarme–, lo que si me resulta fácil es creerme en posesión de la verdad y, en consecuencia, abanderándola, cargado de dogmatismo, me resulta fácil empezar a soltar mi discurso a cualquiera con quien me topo, en la confianza –y la seguridad– de que hago el bien, además, desinteresadamente. ¡Muy humano, por otra parte! En especial, cuando toca el turno de llamar a filas –léase colas de las vacunas– a los niños y adolescentes, cuyos padres, mayoritariamente, tendrán que decidir en su lugar. Decidir siempre por el bien presente –y futuro–, tanto si es que sí, como si es que no; sea lo que sea, tal como se me respeta a mí, lo voy a respetar yo. Ya se elija hacer cola o no.

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Siete razones por las que me gusta limpiar el coche

 
Me gusta limpiar el coche y me gusta hacerlo yo. Por estas loables razones:

  1. Es una actividad fácil, mecánica, que no requiere especiales destrezas, preparación ni concentración. Tomándola con calma, me aporta relajación.
  2. Por lo anterior, mientras limpio, mi mente descansa, o trabaja de otra forma, que siempre es un beneficio adicional.
  3. Lleva poco tiempo, por lo que ni resulta una tarea tediosa ni cansada, más bien liviana.
  4. Sin que resulte una limpieza perfecta, ver los resultados y disfrutarlos me produce una moderada satisfacción. Moderada sí, pero muy fácil de lograr.
  5. Me recuerda los años de la infancia y las enseñanzas de mi padre, quien, como otros muchos taxistas de la época, limpiaba su taxi, normalmente, dos veces por semana. Eso si no llovía, en cuyo caso podían ser más. Y es que, ya lo decía él: “en este negocio, llevar el auto limpio es fundamental”.
  6. Un coche limpio, suele provocar elogios de quienes en él se suben. Y si bien los elogios en exceso, dicen, debilitan, en mi opinión, y en su justa medida, animan.
  7. Por último, terminada tan sencilla y gratificante tarea, queda el coche listo para la siguiente andadura, que, a veces, es toda una aventura.

Feliz domingo y feliz resto de verano, con o sin balleta en mano.

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