Recuerdo con nostalgia
los años de la rosada infancia.
¡Cuánta inocencia!
¡O indecencia!
Memorias tergiversadas por la mente interesada.
Mente de adulto, que reclama indulto
por alguna travesura casi olvidada.
Individual o grupal. Con castigo sin igual.
Gallinita ciega, escondite inglés, …
Agua, tocado, hundido, ¡que ya son tres!
Los había más controvertidos,
para asombro de madres, vecinos y conocidos.
Recuerdos de juegos, recreos y patios.
No existía Super Mario Bros, ni la televisión en color.
La imaginación como entretenimiento.
Añoranza de una época, ni mejor ni peor.
De amigos, de profesoras, ¿y cómo no?
De doña Visitación, por su gran corazón.
Por su bondad, por su semblante,
por su mirada penetrante.
Dictaba distinguiendo bes de uves en la pronunciación.
Sin, en absoluto, tener obligación.
Obligada tampoco estaba
cuando otras muestras de cariño nos regalaba.
Aquella Torre Eiffel que tanto me costó componer…
Inseguro, la entregué sin intuir que terminaría en la pared.
A la entrada, para que, incluso desde fuera, se pudiera ver.
Inesperado reconocimiento al esfuerzo y la paciencia.
Premio a superar la tentación de a medias dejar el trabajo,
y al día siguiente entrar a clase con la mirada hacia abajo.
Ah, doña Visitación, tenerla, ¡qué bendición!
¿Quién ha sido importante en tu vida? ¿Qué persona mayor?
Si todavía estas a tiempo, quizá se lo quieras contar.
El esfuerzo merece su reconocimiento.
A tiempo, para que surja su efecto.
Motivos hay para darlo con naturalidad.
Tú, hoy mismo, ¿a quién se lo vas a regalar?
¡Por una vida apasionante!
vive, disfruta, comparte
Por el mismo autor: www.15habitos.com