¿Puede la vida seguir siendo maravillosa?

En esta época del virus innombrable, rodeados de circunstancias adversas, de incertidumbre y sufrimiento, quizá te preguntes si queda alguna opción de que la vida pueda ser maravillosa. Mi respuesta es sí, sin lugar a dudas. Porque es en los momentos de dificultad cuando afloran nuestros mejores recursos, como individuos y como sociedad. Y cuando, unos a otros, nos apoyamos, con acciones solidarias y compasivas.

También con alguna lectura para reflexionar y, tal vez, inspirarnos. Por ello, acabo de publicar una edición especial de La vida no es perfecta, pero puede ser maravillosa. Tienes la versión electrónica disponible, gratis, hasta el día 6 de mayo, a las 18:00h – Descargar gratis

Si lo prefieres, puedes escribirme a santigarcia@15habitos.com y recibirlo en formato pdf.

Confío en que algunas de las sugerencias del libro te ayuden a recuperar cierta normalidad emocional y, por qué no, a superar los desafíos que se te presenten, así como tus metas más deseadas.

Como deferencia, si tienes la posibilidad económica, quizá quieras donar el importe del libro, o una cantidad superior a alguna de estas organizaciones, o a cualquier otra que conozcas, con la consiguiente desgravación fiscal:

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Feliz lectura y, sobre todo, gracias por tu contribución y amistad.

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¡Gracias mamá!

       Mami, mamá, mamuchi, mamita, ama, mum. Y más. Suenan bien, muy bien. Evocan el amor de ellas, sin límites, sin reservas, el amor atemporal, incondicional.
       Nos llevan a momentos entrañables y a otros en los que siempre han estado a nuestro lado: las travesuras de la infancia, los sinvivires de la adolescencia, la incertidumbre de las decisiones. Recordamos su cariño para curar nuestras heridas, sus desvelos en nuestra enfermedad; su apoyo permanente, su casa siempre abierta, su corazón rebosante de amor.
       Por todo ello, gracias, siempre gracias. Feliz de tenerte; feliz de recordarte. De, con mi vida, honrarte. ¡Gracias mamá!

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Por quién doblan las campanas

       De repente, todo se tambalea; mucho de lo que nos rodea se desmorona. Por increíble que parezca, ¡es real! No se trata de un mal sueño, no; no es una pesadilla, aunque lo deseemos. Ya han amanecido muchos días, y la tragedia perdura.
       Nos resulta inaudito que todo pueda ocurrir de un día para otro.  Que todo cambie de una manera tan radical: los que hasta ahora nos sentíamos seguros, pericibimos inseguridad. Los que nos sentíamos vulnerables, sentimos más vulnerabilidad todavía. De repente, nos resulta más fácil empatizar con los más necesitados. Ahora más que nunca; ahora sí.
       Queremos imaginar una salida. Pensamos en el futuro y nos decimos que todo pasará. Entre tanto, nos preparamos para lo que queda por venir. Nos recomiendan distanciarnos, alejarnos de la primera línea de las noticias. Y, si leemos números, dejar de imaginar qué historias hay detrás de ellos, sólo leer cifras… en tanto en cuanto nadie próximo forme parte de esas cifras.
       No obstante, de sobra sabemos por quién doblan las campanas. Su doblar nos recuerda que es el tiempo de la templanza, la compasión, la caridad. Y de la oración que mantenga nuestra esperanza e ilusión.
       Las campanas doblan por ti, doblan por mí. Nos llaman a reflexionar y, desde nuestras posibilidades, a actuar. Para aplacar el dolor con nuestras mejores dosis de amor y solidaridad.  Y luchar, siempre luchar. 

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¿Para qué?

  
Era la segunda sesión. Después de escucharlo durante un rato, dijo, mirándolo a los ojos: 
 – Y todo esto, ¿para qué?
Se quedó pensativo; las palabras resonaron en su mente: ¿para qué?

¿Acaso con todas sus preocupaciones pueden añadir un solo momento a su vida? -Mateo 6: 27-

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¡Agua!

A ti, joven, adolescente: imagina que un día vas de excursión a la montaña. Sin saber cómo, te desorientas, sientes cansancio, pierdes la referencia de la senda… Después de unos minutos de desasosiego, piensas: ¡no pasa nada, llevo agua!

Sí, agua es lo estrictamente necesario para un día de excursión. H2O. En términos moleculares H-O-H. Una fórmula que te valdrá para todas las rutas por las que discurras. La fórmula a la que podrás recurrir siempre. El agua te reconfortará. A todo tu organismo; a tu cerebro también.

H-O-H es la combinación perfecta para transitar las rutas de la vida. Para completar las que te convienen y alejarte de las que no:

Honestidad. En primer lugar, por ti. Para tener la certeza absoluta de que eres una persona digna de confianza. En segundo lugar, por los demás. Que sepan que pueden  relacionarse contigo con tranquilidad, sin temor. Recurre a la honestidad en todo: en tus acciones y en tus reacciones. Busca el bien. El tuyo y el de los demás; busca la verdad y cuenta la verdad. Actúa con honestidad, que conlleva honradez. Honestidad es hacer el bien, incluso cuando nadie te ve.

Obligación de hacer lo que debes, lo que te has propuesto, lo que has elegido hacer. Mantener la palabra, evitar el camino fácil, superar la tentación del abandono. La tentación de no iniciarlo. Haz tu obligación. Tus obligaciones, en plural, que vienen de la autoexigencia que, mantenida, obrará maravillas en tu vida. Obligarte es mantener lo que has elegido con antelación.

Humildad. No eres menos que nadie, pero tampoco más. Diferente. Cualquier persona con la que te encuentres, seguro, será capaz de hacer alguna cosa mejor que tú; te superará en una o más habilides. Dignifica a cada persona. Relaciónate con todas, busca aprender de cada una. Ayuda, ama, respeta, sirve. Comparte tus talentos. Úsalos para el bien común. Humildad es aceptar el aprendizaje del prójimo, dejarte guiar.

Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. (…) Vino una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber

Juan 4: 6,7

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Si de verdad lo quieres…

       
¿Qué empezarías si no temieras el fracaso, si no temieras el rechazo? 
¿Qué son fracaso y rechazo sino simples excusas de tu yo acomodado?

El mayor fracaso es dejar de probarlo.
El peor rechazo es el tuyo a ti mismo.

¿O es que no aprecias tanto eso que dices querer?
Si de verdad lo quieres…
Tú, tú sabes bien lo que tienes que hacer.
¡Lo sabes muy bien!

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Recuerdos de la infancia

Recuerdo con nostalgia 
los años de la rosada infancia.
¡Cuánta inocencia! 
¡O indecencia!

Memorias tergiversadas por la mente interesada.
Mente de adulto, que reclama indulto
por alguna travesura casi olvidada.
Individual o grupal. Con castigo sin igual.

Gallinita ciega, escondite inglés, …
Agua, tocado, hundido, ¡que ya son tres!
Los había más controvertidos,
para asombro de madres, vecinos y conocidos.

Recuerdos de juegos, recreos y patios. 
No existía Super Mario Bros, ni la televisión en color.
La imaginación como entretenimiento.
Añoranza de una época, ni mejor ni peor.

De amigos, de profesoras, ¿y cómo no?
De doña Visitación, por su gran corazón.
Por su bondad, por su semblante,
por su mirada penetrante.

Dictaba distinguiendo bes de uves en la pronunciación.
Sin, en absoluto, tener obligación.
Obligada tampoco estaba
cuando otras muestras de cariño nos regalaba.

Aquella Torre Eiffel que tanto me costó componer…
Inseguro, la entregué sin intuir que terminaría en la pared.
A la entrada, para que, incluso desde fuera, se pudiera ver.
Inesperado reconocimiento al esfuerzo y la paciencia.

Premio a superar la tentación de a medias dejar el trabajo,
y al día siguiente entrar a clase con la mirada hacia abajo.
Ah, doña Visitación, tenerla, ¡qué bendición!

¿Quién ha sido importante en tu vida? ¿Qué persona mayor?
Si todavía estas a tiempo, quizá se lo quieras contar.

El esfuerzo merece su reconocimiento.
A tiempo, para que surja su efecto.
Motivos hay para darlo con naturalidad. 
Tú, hoy mismo, ¿a quién se lo vas a regalar?

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¡RESUCITÓ!

 

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado. –Mt. 28, 1-10–

¡Resucitó, resucitó, resucitó!, ¡aleluya, aleluya, aleluya!

¡Que se note! Que lo noten, al menos, quienes tienes más cerca. 

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¿Te atreves a vivir una vida virtuosa?

¿Vivir una vida virtuosa? Sí, dejar que las virtudes guíen tus conductas. ¡Menudo desafío!
        No estamos tan acostumbrados. Quizá porque, paradójicamente, la palabra virtud se ha desvirtuado, o porque está en desuso intencionado. ¿A quién le interesan las virtudes? No digamos ya, vivir una vida guiada por ellas.
        No queremos ensalzar las virtudes porque ensalzarlas, llevarlas a nuestra vida diaria, nos cuesta, requiere un sacrificio, un esfuerzo que, a muchos, nos parece titánico. Y es que la virtud obliga, exige. Y, en su exigencia, nos hace renunciar a la satisfacción de deseo en el corto plazo.  
        Por el contrario, más a medio plazo, la virtud nos fortalece, nos reconforta, nos satisface por completo; nos produce plenitud. Cuando actuamos guiados por las virtudes, sabemos que avanzamos en la dirección correcta, que estamos guiados por un propósito, por EL PROPÓSITO. Hacemos lo que tiene que ser hecho, lo que es correcto, lo que está bien. Perseguimos la justicia, la de los hombres, y la de Dios. U otros nobles fines, todos loables.
        La virtud de obrar con rectitud es nuestro principal aliado en el camino hacia nuestros objetivos. El bastión en el que nos apoyamos para perseverar, lo que nos da fuerza para afrontar los obstáculos y superar las dificultades.
        No obstante, a menudo solemos renunciar a las virtudes y nos dejamos llevar por las emociones, por las apetencias del momento, por la satisfacción inmediata del deseo, la búsqueda del placer a toda costa, cuanto antes. Perseguimos todo lo que se nos presenta como la felicidad, que, sin embargo, no es sino un espejismo de la felicidad, que tarde o temprano se desvanecerá.
        ¿Te atreves a dejarte guiar por las virtudes? Quizá te preguntes por cuáles. ¿Las teologales, las cardinales, las morales? Todas ellas te valen. O, tal vez, baste con la virtud de actuar con rectitud.

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Hablar desde el amor: ¿propósito realista?

Algo tarde, el 19 de enero, ¿verdad?, para enunciar propósitos de nuevo año. Tiempo adecuado, sin embargo, para ahuyentar los señuelos de propósitos irrelevantes o no suficientemente deseados. Bastante tiempo como para haber abandonado ya alguno de los propósitos enunciados la primera semana del año. Tiempo, en cualquier caso, para reflexionar sobre los otros, sobre los esenciales; para enunciar alguno significativo, que nos ayude a ser mejores personas. O, simplemente, a seguir siendo la misma persona, con alguna nueva conducta, que estimes loable.

Aquí está mi propósito: hablar siempre desde el amor.

¿Verdad que ya has empezado a cuestionarlo? ¿Siempre, siempre? ¿No será este un propósito cargado de buenismo, irrealizable en los tiempos actuales? Quizás, pero, sobre todo, cargado de amor. De un amor recuperado o invocado, un amor que anime a manifestar conductas bondadosas, conductas compasivas en nuestras relaciones con los demás.

¿Ilusorio? ¿Utópico? ¿Ineficaz en según qué ocasiones? Pongamos una de ellas. ¿Cómo hablar desde el amor cuando quiero reprender a alguien, cuando me estoy defendiendo del ataque de otros? ¿Para qué superar la tendencia a hablar desde el rencor?

Hablar desde el amor, mejor que desde el rencor, nos permitirá guardar la compostura, las formas, tener equilibrio, hablar con argumentos y, sobre todo, ser escuchados. Es probable que hasta dejemos descolocados a nuestros interlocutores, que esperarían una respuesta desde otro lugar.

Siempre tenemos la opción de hablar desde el amor, incluso en circunstancias en las que, de manera natural, lo hubiéramos hecho desde otro sentimiento. Podemos hacerlo invocando al amor por nosotros mismos, al amor que tenemos a la otra persona; invocando al amor que tenemos a las personas que defendemos, protegemos, o a aquellas por las que luchamos. También invocando al amor que algunos sentimos de Dios.

Sigamos cuestionando. ¿Y si no somos capaces de hablar siempre desde el amor? Natural que no lo hagamos siempre; somos personas, afortunadamente. Enunciar un propósito es comprometernos con unas conductas concretas, que queremos reproducir cuanto más mejor. Hacemos público el compromiso, lo damos a conocer a los demás, porque, en primer lugar, así reforzamos nuestro compromiso. En segundo lugar, nos ayuda a que alguien, quizá también desde el amor, nos recuerde cuál fue nuestro compromiso cuando nuestras conductas no estén alineadas con él. Por último, está la determinación de perseverar cuando estamos convencidos de que el propósito y lo que él nos reporta merecen la pena. ¡Propósito de enmienda!, solemos decir, cuando fallamos.

¿Qué otras razones para hablar desde el amor?

  1. La comunicación es a la relación como la respiración es a la vida. Son palabras de Virginia Satir, conocida como la terapeuta de todas las familias. No hace falta que te diga cuánto tiempo duraríamos sin respirar, ¿verdad que no? Entonces, ¿cómo pretender que una relación dure sin una adecuada comunicación? Dicho de otra manera, ¿quieres mantener relaciones saludables y fructíferas? Fácil: cuida tu comunicación.
  2. Lo importante es la relación, no tanto si tenemos o no la razón. Difícil de observar, ¿verdad? Sobre todo, por muchos de nosotros, de formación técnica o científica, acostumbrados a relaciones lineales causa-efecto. Tanto es así, que dejamos de admitir otras posibilidades. Sin duda, muy influenciados por la idea –escasamente cuestionada- de que la verdad solo puede ser una. Entonces, porfiamos, argumentamos, contrargumentamos, elevamos el volumen de la voz, gesticulamos, … Sin darnos cuenta de que, transformado en monólogos alternativos, el diálogo hace tiempo que desapareció. Al desaparecer el diálogo, va deteriorándose la relación hasta, probablemente, extinguirse o reducirse a lo mínimo imprescindible, aun manteniendo el inmerecido nombre de relación. Ahora soy yo el que te cuestiona: ¿eliges la razón o la relación? ¿Prefieres acumular amigos o acumular discusiones ganadas?
  3. Lo importante es querer conservar la relación, hacerla más nutritiva. Sí, como muchas cosas en la vida, relacionarse bien es una elección. ¿Con quién eliges relacionarte? ¿Por qué y para qué? Estas son algunas de mis razones:
    1. Simplemente, porque valoro a la otra persona, la aprecio, la quiero, sea o no de mi familia, tenga o no mis mismas ideas o similares aspiraciones en la vida.
    2. Interesadamente, porque la relación, en cualquier momento, puede reportarme un beneficio.
    3. De manera desinteresada, porque quiero estar disponible en la relación, para lo que pueda necesitar la otra persona de mí.
    4. Porque me lo paso bien, porque la relación me sienta bien.
    5. Si es verdad lo que algunos investigadores afirman, porque las relaciones saludables nos alargan la vida, nos hacen más longevos.

¿Cómo saber si estás hablando desde el amor? Te darás cuenta enseguida. Tu cuerpo te lo manifestará: serenidad interior, suavidad de movimientos, sensación de control, renuncia a ganar. También otros lo verán en ti: semblante relajado, rictus sonriente, gestos amables; nada de movimientos bruscos, tampoco dedos acusadores. Por supuesto, nada de palabras inapropiadas y, por encima de todo, voz calmada. Los gritos no son una opción válida. Más bien, voz bajita que transmita respeto, que evite cualquier intención de imponerse por la fuerza. Voz que, en su debilidad, contemple la duda como opción. Recuerda, si no, la anécdota del matrimonio que caminaba una tarde:

     – Oigo que se aproxima una carreta –afirmó él.
     – Sí, viene vacía –replicó su esposa.
     – Vacía, ¿cómo sabes que viene vacía si no la ves?
     – Fácil, cuanto más vacía está, más ruido hace, –concluyó la mujer.

Para terminar esta reflexión, un último cuestionamiento: ¿acaso planteo mantener la relación a toda costa? Obviamente, no. Cada cual tiene sus líneas rojas. Yo me ocupo de no tener demasiadas y, sobre todo, difuminarlas con las personas que me importan. Eso, a veces, significa hacer la vista gorda, morderme la lengua, en definitiva, dejar pasar lo accesorio para centrarme en lo esencial. Y, para ello, de vez en cuando orar:

Oh, Espíritu Santo,
inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
lo que debo escribir,
cómo he de actuar,
qué decidir.

Ilumina mi entendimiento
y fortalece mi voluntad.
Dame paciencia para escuchar,
agudeza para entender,
sutileza para interpretar;
dame acierto al comenzar,
dirección al progresar,
buen criterio para terminar.  

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