De hormigas y radares

 
Recuerdo lo que me contó aquel muchacho, que con tanta frecuencia salía al campo. Le gustaban los animalillos. Dijo que le ocurrió un sábado, que no sé por qué le dio tanta importancia. Era sobre las hormigas y el hormiguero: que viven en sociedad. Se preguntaba él, que yo nunca lo había pensado, que siendo así, que vivían en sociedad, y siendo tantas, entonces, tendrían que haber superado muchas crisis. “¿De convivencia?” –le pregunté yo-. Y me dijo el muy deslenguado: “¿Y de qué si no? ¡Económicas, desde luego que no! Ni existenciales.” Y lo dijo con rotundidad, como muy seguro y, a la vez, mirándome por encima del hombro y por debajo de la coronilla. Y continuaba con sus preguntas. Retóricas, sin duda, porque él mismo las respondía, bien con respuestas, bien con más preguntas:
      – ¿Cómo es tan fácil que sigan sobreviviendo? Por milenios. Milenio tras milenio tras milenio tras milenio (“para, hombre, para”-tuve que decirle-). Además, por lo que nos consta, sin mucho evolucionar.
          A esto, me decía yo: “¿Y cómo nos consta, digo yo, si apenas llevamos unas décadas estudián-dolas? ¿Acaso hay registros? ¿Pinturas rupestres o algo así?”
      – ¿Simplicidad? No lo parece. Sus comunidades tienen una organización singular y gran estructura. Una gran estructura muy estructurada. O sea, de mucha disciplina. Algunos estudiosos la asemejan a la de nuestros ejércitos. En esas comunidades, cada individuo tiene su cometido. Y tienen sus mecanismos para que cada individuo cumpla su cometido. Si no, además de las consecuencias para el individuo, nada triviales, las consecuencias son nefastas para el conjunto de la comunidad y, por ende, para toda la sociedad hormigueril.
          Inteligente era el hombre, para razonar de semejante manera. “¿Y si es por solidaridad, que sigan sobreviviendo?” –me atreví a apuntar yo-, pero de aquella manera, por lo de la mirada…
      – ¿Quién sabe? Que son muchas está claro, pero… ¿quién sabe?, ¿simplicidad, solidaridad, vanidad? O por precavidas, a diferencia de las cigarras…
          Se calló un momentín y siguió luego el chico enigmático, hablando de este, para mí, enigma sin igual: “Tienen jerarquía; a veces alguna se despista o se hace la despistada. O sea una hormiga. Ya sea macho o hembra. Y se pone a hacer cosas que no le corresponde. O deja de hacer lo que le corresponde. O lo hace a un ritmo que tampoco corresponde, o lo hace de aquella manera. O sea, a la virulé… sin corresponder.
      – No creas, que puede llegar, un solo individuo, a poner en jaque a todo el hormiguero –siguió con su disertación el joven caballero-. Y eso sin saber jugar al ajedrez, que tampoco constan juegos entre ellas… Entonces, ¿qué hacen las otras ante semejante conducta? Pues sencillo. Hacen lo que hacemos los humanos, que podría considerarse solidaridad, clemencia o reconducción mismamente.
          Ahora sí que me quedé yo entre patidifuso y anonadado… Seguí escuchando:
      – Como ocurre entre nosotros, siempre hay alguien atento a cada individuo. O atento a varios a la vez. ¿Control, hipervigilancia, dirás? Pues no. Simple interés. Instintivo, eso sí, que no se ha demostrado que tengan conciencia, siendo tan chiquititas como son. Ni conciencia ni raciocinio. Aunque, intuyo, sí capacidades de comunicación. Entre ellas. ¿A ver si no cómo eligen a los líderes de cada comunidad?
          Definitivamente lo de este hombre no tiene nombre… ¿elegir a los líderes? Pues eso y más… Siguió hablando en un alarde de erudición:
      – Porque siempre hay alguien que destaca, o quiere destacar. Individuos que aspiran a diferenciarse, varones o hembras. Como Juan Salvador Gaviota, la gaviota. Volaba y volaba. Por placer, o eso decía. Aspiraba a los mejores manjares, decía. Debía decirlo metafóricamente, porque se pegaba temporadas sin probar bocado… Pareciera que, entre vuelo y vuelo, lejos del suelo, y sin consuelo, se olvidara de comer. ¿O eran manjares espirituales a lo que aspiraba? ¿A la diferencia o a la diferenciación?”
          De hormigas no entiendo. Pero Juan Salvador Gaviota sí lo leí. Algo cabezota era el pajarito… Ya lo creo que traía en jaque a las gaviotas adultas… Sin hacer carrera de ella. Para carreras, ya estaban las de Juan Salvador. Las demás, nerviositas, ya no sabían si criticaban, recomendaban o estornudaban. Como yo ahora, que empiezo a bostezar, sin saber si empezaré a dormir, a dormitar o a olvidar… Él erre que erre:
      – ¿Lo harían por amor? ¿Cómo será, por curiosidad, el sentimiento amoroso de las hormigas? ¿Distinguirán amores como hicieron E. From y C. S. Lewis? O como tantas otras santas y santos… ¿Les gustará a las hormigas distinguirse como nos gusta a los humanos distinguirnos, para, luego, en ocasiones que estamos mano sobre mano, darnos cuenta de que, así, en la igualdad, en lo rutinario, en lo ordinario, ya somos especiales, inigualables?
          En esto coincido con el joven; recuerdo lo que me dijo ella, la madre, a través de otra mujer: “no hace falta que hagas nada especial, hijito; te quiero así como eres”. Y me viene el texto, tal cual: “ahí tienes a tu madre”. ¡Menudo regalo!
      – Pues sí, las hormigas a veces pierden su radar. Ves que caminan errantes. O haciendo círculos… No es muy frecuente, pero ocurre. Luego, de repente, lo recuperan. El radar. Eso todavía los estudiosos no saben cómo ocurre. Las estudiosas tampoco saben. Pero sucede. De buenas a primeras. De un día para otro, o de un momento para otro, que esos, los momentos, son en realidad como días para las hormigas. Lo recuperan. El radar. Y no puede ser porque quieran ellas, no. Porque no son conscientes. Dicho quedó, conciencia no tienen.
          Era un chico peculiar. Muy observador. Inteligente. Pero aquello del sábado… lo del sábado, me dio que pensar… ¿y a quién no?

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Por el mismo autor: www.15habitos.com