What a blessing!

You can recognize them quite well. You can see it in their faces: there is a magic brightness in their eyes, a permanent kind greeting in their smiles.

They are persons like you and me. No matter their education level, neither their social status. They face similar difficulties than us. It doesn’t matter where they live.

What matters is that they have a strong joy inside them.
They feel a hopeful trust in what is coming.
They are always thankful for what they get, no matter how much expected it is. They accept it, they welcome what it comes to them. Even whether it is good or bad.
They face future with confidence, no matter how uncertain it is.

Where do these joy and confidence come from?
I see that they have a spiritual gift in common: they pray to God, they praise God, they worship God.They say their joy and strength are coming from God.

Thank you, God, for having them among us. Thank you, God, for their blessed presence in this world in need! Thank you all, indeed.

Have a nice week!

Glorificar a Dios con mi vida

Fue un domingo de estos. El sacerdote acababa de dar su bendición al final de la misa cuando, inesperadamente para mí, que me disponía a desfilar hacia la calle, lanzó una última prescripción: “Glorificad a Dios con vuestras vidas”.

Sorprendido, repetí esa instrucción en mi interior y, pronto, la orden dio paso a una pregunta que me acompañó el resto de la semana.

Asistas o no a misa; seas creyente, agnóstico o ateo, puede que, también a ti, te acompañe hoy una pregunta similar.

¡Feliz semana!
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¡Es de los míos, otra vez!

Es doloroso ver problemas de relación entre miembros de una familia: hijos que desprecian a sus padres, padres que reniegan de sus hijos, hermanos que no se dirigen la palabra, primos que evitan verse, cuñados que hablan mal el uno del otro y viceversa…

¡Cuánto dolor, cuánta incomprensión!
Más doloroso, todavía, si esa familia es la tuya. ¿Qué barreras puede haber? ¿Tan fuertes como para no derribarlas?

Falta de apego; quién llama primero,
quién entregó más; quién trabajó menos,
quién no preguntó; quién murmuró; quién no se ofreció.
¡Tantas diatribas!

Ya sé que para juzgar tu caminar, antes, he de calzar tus zapatos y sentirlos en mis pies. Pero, ¿has calzado tú los suyos? ¿Los de ese, los de esa con quien te llevas tan mal?

No quiero hablar sobre perdón, quisiera primero lograr comprensión.
¿Qué lleva a una persona razonable, educada, amable, a semejantes decisiones?
¿Qué reglas tienes tú para dar y retirar la confianza? ¿Cuándo justificas dejar de hablar?

Para la mayoría, suele bastar con que “nos falle” ¡una sola vez!

  • Me levantó la voz… Me ninguneó… Olvidó llamarme… Me negó un favor… Me llevó la contraria… Me dejó solo… Me faltó el respeto… No me prestó… Me sisó.

Con frecuencia, no consentimos ninguna debilidad o, simplemente, dejamos de respetar su singularidad. Y su derecho a decir NO.

¡Son personas! No santos, ni santas. ¡Rebajemos las expectativas! ¡Un poco de clemencia!

Aunque no seas cristiano: Mateo 5:23, 24: Si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,  deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.

Nos lo recordó la Madre Teresa de Calcula: Si quieres hacer algo más por la paz en el mundo: ve a tu casa y ama a tu familia.

Yoshinori Noguchi nos da una alternativa en su libro La ley del espejo.

 ¿A qué persona quieres recuperar? ¡Hoy mismo, lánzate a llamar!

¡Feliz semana!
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