Por quién doblan las campanas

       De repente, todo se tambalea; mucho de lo que nos rodea se desmorona. Por increíble que parezca, ¡es real! No se trata de un mal sueño, no; no es una pesadilla, aunque lo deseemos. Ya han amanecido muchos días, y la tragedia perdura.
       Nos resulta inaudito que todo pueda ocurrir de un día para otro.  Que todo cambie de una manera tan radical: los que hasta ahora nos sentíamos seguros, pericibimos inseguridad. Los que nos sentíamos vulnerables, sentimos más vulnerabilidad todavía. De repente, nos resulta más fácil empatizar con los más necesitados. Ahora más que nunca; ahora sí.
       Queremos imaginar una salida. Pensamos en el futuro y nos decimos que todo pasará. Entre tanto, nos preparamos para lo que queda por venir. Nos recomiendan distanciarnos, alejarnos de la primera línea de las noticias. Y, si leemos números, dejar de imaginar qué historias hay detrás de ellos, sólo leer cifras… en tanto en cuanto nadie próximo forme parte de esas cifras.
       No obstante, de sobra sabemos por quién doblan las campanas. Su doblar nos recuerda que es el tiempo de la templanza, la compasión, la caridad. Y de la oración que mantenga nuestra esperanza e ilusión.
       Las campanas doblan por ti, doblan por mí. Nos llaman a reflexionar y, desde nuestras posibilidades, a actuar. Para aplacar el dolor con nuestras mejores dosis de amor y solidaridad.  Y luchar, siempre luchar. 

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Las consecuencias de (no) tener expectativas

 

Desde niño me han gustado las formulaciones matemáticas. Y ahora, de mayor, me quedo con las sencillas, con las aritméticas. También para magnitudes abstractas, como, por ejemplo, la satisfacción que produce una experiencia. Creo haberlo leído en algún estudio sobre Marketing, pero no recuerdo de qué autor. La fórmula es simple:

Satisfacción = Prestaciones / Expectativas

O sea, que la satisfacción percibida es directamente proporcional a las prestaciones del producto -o de la experiencia- y, esto  importa mucho, inversamente proporcional a las expectativas que te hubieras creado. Conclusión: cuanto menos expectativas te hagas sobre algo, más probabilidades tienes de quedar satisfecho/a.

Esto aplicado a las experiencias del día a día, ¡te cambia la vida! ¿Qué pasa cuando vuelves de una fiesta, de una cena con amigos, o de una reunión de trabajo?… ¡Prueba a rebajar tus expectativas! Yo lo hecho con mis grupos de wasap y, en general, con mis comunicaciones en grupo. ¡Qué tranquilidad cuando dejas de esperar respuesta!

¿Y si es de ti de quien esperan? Prometer poco y entregar mucho. Y si es antes de tiempo, mejor.

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Comenzar por lo fácil; ¡feliz 2020!

De entre las varias intenciones para el nuevo año, procuro siempre elegir alguna fácil de cumplir. Por ejemplo, seguir leyendo; cada día un poco. Así, siendo consciente de que los inicios son importantes, comienzo por algo inspirador: La imitación de Cristo, de Tomás H. de Kempis, de mediados del siglo XV. Parece que en aquella época ya se estilaban los propósitos. Tal vez, para más de un año: la imitación y el seguimiento de Cristo. Lo enunciaba así Kempis:

”Seguir a Cisto no consiste en especular sobre los misterios de Dios, sino en imitar su vida. Porque es mejor obrar el bien que definirlo. Pero para obrar es necesario el conocimiento (…)
Se imponen dos premisas para afianzar ese conocimiento: la prudencia en las acciones y la lectura de la Sagrada Escritura. (…) evitando dos escollos: el orgullo y la vana esperanza, que lo fía todo en el hombre. Es necesario además, educar las relaciones con el prójimo, (…) y disciplinar la lengua, vehículo de nuestra conversación.
Simultáneamente, es menester, para lograr la configuración con Cristo, desplegar a toda costa el celo por progresar en la virtud, arrostrando la adversidad y resistiendo a la tentación.” (*)

¿Servirán estos enunciados para el tiempo actual? ¡Habrá que probar!

Con nuestros mejores deseos para el nuevo año: ¡FELIZ 2O2O!

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(*) Imitación de Cristo; quinta edición, Editorial Regina, S. A., de la introducción al libro I, páginas 64 y 65.

Viaje a las tinieblas

     
Venimos repitiéndolo con insistencia los cristianos: el niño Dios ha nacido en cada uno de nuestros corazones. Anhelamos que cale, que se extienda, compartirlo con quienes queremos. Deseamos que la alegría rebose en nosotros, a nuestro alrededor. Pero no es así en todos los hogares ni, mucho menos, en todos los lugares.  La luz que anunciamos al son de villancicos, llega a un mundo en tinieblas, y no en sentido metafórico.

Hoy, conmovido por lo que veo, conozco esta tragedia: otro genocido, una vez más, consentido, silenciado. En esta ocasión, en Nigeria, a cristianos. Pero podría ser en otra parte del planeta, a otro colectivo. La barbarie, según de dónde proceda, elige sus víctimas. ¿Demasiado lejos? ¿Demasiado inaccesible? No más que un destino vacacional.

Viaje a las tinieblas del genocidio más ignorado: SOS por los cristianos de Nigeria

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¿Para qué?

  
Era la segunda sesión. Después de escucharlo durante un rato, dijo, mirándolo a los ojos: 
 – Y todo esto, ¿para qué?
Se quedó pensativo; las palabras resonaron en su mente: ¿para qué?

¿Acaso con todas sus preocupaciones pueden añadir un solo momento a su vida? -Mateo 6: 27-

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A ti, ¿de dónde te viene la fuerza?

 

Martes de una semana cualquiera. 7:30 de la mañana. Conduzco hacia la oficina. Me noto algo cansado, a pesar de que he dormido suficiente. Necesito más energía para iniciar la actividad. Pienso en un café, me apetece. Hace tiempo que dejé de tomarlo por costumbre. Pero hoy lo necesito. Para animarme. Me vendrá bien. 

¿Café? ¿Es el café de dónde tengo que recibir fuerzas? Me acuerdo de San Pablo:

«Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.» -1 Corintios 15:14-

¡La fuerza me viene del Señor! Bendigo al Señor, porque escucha mi voz; el Señor es mi fuerza, confía mi corazón…

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¡Agua!

A ti, joven, adolescente: imagina que un día vas de excursión a la montaña. Sin saber cómo, te desorientas, sientes cansancio, pierdes la referencia de la senda… Después de unos minutos de desasosiego, piensas: ¡no pasa nada, llevo agua!

Sí, agua es lo estrictamente necesario para un día de excursión. H2O. En términos moleculares H-O-H. Una fórmula que te valdrá para todas las rutas por las que discurras. La fórmula a la que podrás recurrir siempre. El agua te reconfortará. A todo tu organismo; a tu cerebro también.

H-O-H es la combinación perfecta para transitar las rutas de la vida. Para completar las que te convienen y alejarte de las que no:

Honestidad. En primer lugar, por ti. Para tener la certeza absoluta de que eres una persona digna de confianza. En segundo lugar, por los demás. Que sepan que pueden  relacionarse contigo con tranquilidad, sin temor. Recurre a la honestidad en todo: en tus acciones y en tus reacciones. Busca el bien. El tuyo y el de los demás; busca la verdad y cuenta la verdad. Actúa con honestidad, que conlleva honradez. Honestidad es hacer el bien, incluso cuando nadie te ve.

Obligación de hacer lo que debes, lo que te has propuesto, lo que has elegido hacer. Mantener la palabra, evitar el camino fácil, superar la tentación del abandono. La tentación de no iniciarlo. Haz tu obligación. Tus obligaciones, en plural, que vienen de la autoexigencia que, mantenida, obrará maravillas en tu vida. Obligarte es mantener lo que has elegido con antelación.

Humildad. No eres menos que nadie, pero tampoco más. Diferente. Cualquier persona con la que te encuentres, seguro, será capaz de hacer alguna cosa mejor que tú; te superará en una o más habilides. Dignifica a cada persona. Relaciónate con todas, busca aprender de cada una. Ayuda, ama, respeta, sirve. Comparte tus talentos. Úsalos para el bien común. Humildad es aceptar el aprendizaje del prójimo, dejarte guiar.

Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. (…) Vino una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber

Juan 4: 6,7

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Más allá de los clásicos infantiles

 

Una noche más, se disponía a leerle un libro. Entonces, dijo la niña:
– Mamá, léeme algo distinto, algo que no me hayas leído nunca.

Ella, que siempre recurría a los clásicos infantiles, amplió su perspectiva:
– ¿De verdad quieres algo distinto? Te leeré algo muy antiguo, una parábola de siempre, que también es para mayores. Y comenzó a decir:

«Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.
Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo.
El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué pasaba. Este le dijo: Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano. Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerlo. El replicó a su padre: Mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido este hijo tuyo que devoró tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado. Pero él respondió: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».

– Mamá, ¿quién la escribió?
– Un tal Lucas, hija. Lo llaman San Lucas, médico y Evangelista. Reproduce las palabras de Jesucristo. Busca Lucas 15, 11-32, y lo encontrarás.

– ¿Tiene más escritos San Lucas? –preguntó la niña-.
– Sí.  Todos sobre Jesús, el Cristo. ¿Querrás conocerlo mejor? 

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