A ti, ¿de dónde te viene la fuerza?

 

Martes de una semana cualquiera. 7:30 de la mañana. Conduzco hacia la oficina. Me noto algo cansado, a pesar de que he dormido suficiente. Necesito más energía para iniciar la actividad. Pienso en un café, me apetece. Hace tiempo que dejé de tomarlo por costumbre. Pero hoy lo necesito. Para animarme. Me vendrá bien. 

¿Café? ¿Es el café de dónde tengo que recibir fuerzas? Me acuerdo de San Pablo:

«Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.» -1 Corintios 15:14-

¡La fuerza me viene del Señor! Bendigo al Señor, porque escucha mi voz; el Señor es mi fuerza, confía mi corazón…

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FUERTE Y PODEROSO

 

FUERTE y PODEROSO. Es lo que, hasta hace poco, venía yo diciéndome a mí mismo que era. Y lo escribía. Así, en mayúsculas, para que me quedara claro. Necesitaba decírmelo, verlo escrito, hacérmelo creer. Para afrontar la vida con arrojo, para no arredrarme ante las dificultades, para sentir que podía con todo. Incluso solo, sin la ayuda de nadie. Tampoco la de Él.

Unos días atrás, un simple tarro de mermelada desafía mi creencia: no soy capaz de abrirlo por mí mismo. ¡Tranquilo!, -me digo-. Un día flojo, lo tiene cualquiera, ¿verdad?

Sigo con mi vida, con mis hábitos de lectura diaria… FRÁGIL, VULNERABLE y MORTAL. Así se define el ilustre personaje cuya biografía estoy leyendo. Y no sólo a sí mismo. Extiende estas cualidades a todo el mundo. Reflexiono sobre ello; mortal, sí, eso es obvio. Sin embargo, ¿por qué asumir las otras otras dos cualidades, tan limitantes? Me dispongo a contraargumentar, pero me paró en seco; recuerdo el tarro de mermelada. ¿Será verdad?

Frágil. Sí, lo soy. Quiero serlo. Porque  reconocer mis limitaciones me ayuda a superarlas, a compensarlas, a buscar ayuda, a aceptar ayuda. A apoyarme en los demás, a trabajar en equipo. En definitiva, a construir la fortaleza desde la fragilidad. Sí, ser frágil me hace ser fuerte.

Vulnerable. Sí, lo soy. Por eso tengo que protegerme, tomar mis precauciones. Prepararme bien, formarme, entrenarme, reforzarme, planificar, organizar…, esforzarme. Sí, ser vulnerable me hace ser poderoso.

Mortal. Sí, lo soy. No hace falta reconocerlo. Solo asumir que, como a todos, por muy tarde que sea, la muerte nos llegará antes de lo que esperamos. Que no nos pille sin haber hecho lo suficiente. ¡Vivamos! ¡Celebremos la vida! Consumámosla por causas nobles. Sin prisa, pero sin pausa. Cada día un pasito, cada día una acción, cada día un detalle. Sí, ser mortal me hace VIVIR, con mayúsculas.

 Frágil, vulnerable y mortal, ¡esa es la suerte!

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Vacaciones especiales

Con frecuencia, al aproximarse las vacaciones, o nada más comenzarlas, solemos hacer propósitos acerca de cómo lograr que sean especiales. Sí, queremos que las vacaciones sean especiales. En primer lugar para disfrutarlas plenamente y, en segundo lugar, para recordarlas con alegría y cariño en días, meses y años sucesivos. Porque cada vez que las recordamos es como vivirlas de nuevo; traer las mejores emociones, las mejores sensaciones al presente.

¿Cómo hacer que las vacaciones resulten especiales? ¡Todo un desafío! ¿No te parece?

¿Qué tal probar a actuar como si fuéramos las personas más felices del planeta? ¿Qué tal fingir que todo es perfecto? Cualquier situación, cualquier circunstancia, cualquier evento.

¿Lo has probado alguna vez? Yo sí…, hasta la tercera vez que fallé en el intento de considerar todo perfecto. ¡Me puede la inercia, la cultura o, simplemente, la realidad tozuda!

¡Habrá que buscar alternativas! Reflexionando un pelín más, me surgieron nuevas preguntas: ¿qué cosas hacen especiales unas vacaciones?, ¿qué necesito yo para que cualquier momento sea especial para mí?  

Probablemente cada uno tengamos una respuesta. Yo me quedo con la de San Pablo. Sí, la respuesta del Apóstol de Cristo: el amor.

Cualquier situación se convierte en especial con la presencia del amor. Ahora sí, el desafío está a mi alcance porque el amor no pasa nunca -1 Corintios 13, 1-13. Siempre queda el amor.

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Si de verdad lo quieres…

       
¿Qué empezarías si no temieras el fracaso, si no temieras el rechazo? 
¿Qué son fracaso y rechazo sino simples excusas de tu yo acomodado?

El mayor fracaso es dejar de probarlo.
El peor rechazo es el tuyo a ti mismo.

¿O es que no aprecias tanto eso que dices querer?
Si de verdad lo quieres…
Tú, tú sabes bien lo que tienes que hacer.
¡Lo sabes muy bien!

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Recuerdos de la infancia

Recuerdo con nostalgia 
los años de la rosada infancia.
¡Cuánta inocencia! 
¡O indecencia!

Memorias tergiversadas por la mente interesada.
Mente de adulto, que reclama indulto
por alguna travesura casi olvidada.
Individual o grupal. Con castigo sin igual.

Gallinita ciega, escondite inglés, …
Agua, tocado, hundido, ¡que ya son tres!
Los había más controvertidos,
para asombro de madres, vecinos y conocidos.

Recuerdos de juegos, recreos y patios. 
No existía Super Mario Bros, ni la televisión en color.
La imaginación como entretenimiento.
Añoranza de una época, ni mejor ni peor.

De amigos, de profesoras, ¿y cómo no?
De doña Visitación, por su gran corazón.
Por su bondad, por su semblante,
por su mirada penetrante.

Dictaba distinguiendo bes de uves en la pronunciación.
Sin, en absoluto, tener obligación.
Obligada tampoco estaba
cuando otras muestras de cariño nos regalaba.

Aquella Torre Eiffel que tanto me costó componer…
Inseguro, la entregué sin intuir que terminaría en la pared.
A la entrada, para que, incluso desde fuera, se pudiera ver.
Inesperado reconocimiento al esfuerzo y la paciencia.

Premio a superar la tentación de a medias dejar el trabajo,
y al día siguiente entrar a clase con la mirada hacia abajo.
Ah, doña Visitación, tenerla, ¡qué bendición!

¿Quién ha sido importante en tu vida? ¿Qué persona mayor?
Si todavía estas a tiempo, quizá se lo quieras contar.

El esfuerzo merece su reconocimiento.
A tiempo, para que surja su efecto.
Motivos hay para darlo con naturalidad. 
Tú, hoy mismo, ¿a quién se lo vas a regalar?

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¿Te atreves a vivir una vida virtuosa?

¿Vivir una vida virtuosa? Sí, dejar que las virtudes guíen tus conductas. ¡Menudo desafío!
        No estamos tan acostumbrados. Quizá porque, paradójicamente, la palabra virtud se ha desvirtuado, o porque está en desuso intencionado. ¿A quién le interesan las virtudes? No digamos ya, vivir una vida guiada por ellas.
        No queremos ensalzar las virtudes porque ensalzarlas, llevarlas a nuestra vida diaria, nos cuesta, requiere un sacrificio, un esfuerzo que, a muchos, nos parece titánico. Y es que la virtud obliga, exige. Y, en su exigencia, nos hace renunciar a la satisfacción de deseo en el corto plazo.  
        Por el contrario, más a medio plazo, la virtud nos fortalece, nos reconforta, nos satisface por completo; nos produce plenitud. Cuando actuamos guiados por las virtudes, sabemos que avanzamos en la dirección correcta, que estamos guiados por un propósito, por EL PROPÓSITO. Hacemos lo que tiene que ser hecho, lo que es correcto, lo que está bien. Perseguimos la justicia, la de los hombres, y la de Dios. U otros nobles fines, todos loables.
        La virtud de obrar con rectitud es nuestro principal aliado en el camino hacia nuestros objetivos. El bastión en el que nos apoyamos para perseverar, lo que nos da fuerza para afrontar los obstáculos y superar las dificultades.
        No obstante, a menudo solemos renunciar a las virtudes y nos dejamos llevar por las emociones, por las apetencias del momento, por la satisfacción inmediata del deseo, la búsqueda del placer a toda costa, cuanto antes. Perseguimos todo lo que se nos presenta como la felicidad, que, sin embargo, no es sino un espejismo de la felicidad, que tarde o temprano se desvanecerá.
        ¿Te atreves a dejarte guiar por las virtudes? Quizá te preguntes por cuáles. ¿Las teologales, las cardinales, las morales? Todas ellas te valen. O, tal vez, baste con la virtud de actuar con rectitud.

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Hablar desde el amor: ¿propósito realista?

Algo tarde, el 19 de enero, ¿verdad?, para enunciar propósitos de nuevo año. Tiempo adecuado, sin embargo, para ahuyentar los señuelos de propósitos irrelevantes o no suficientemente deseados. Bastante tiempo como para haber abandonado ya alguno de los propósitos enunciados la primera semana del año. Tiempo, en cualquier caso, para reflexionar sobre los otros, sobre los esenciales; para enunciar alguno significativo, que nos ayude a ser mejores personas. O, simplemente, a seguir siendo la misma persona, con alguna nueva conducta, que estimes loable.

Aquí está mi propósito: hablar siempre desde el amor.

¿Verdad que ya has empezado a cuestionarlo? ¿Siempre, siempre? ¿No será este un propósito cargado de buenismo, irrealizable en los tiempos actuales? Quizás, pero, sobre todo, cargado de amor. De un amor recuperado o invocado, un amor que anime a manifestar conductas bondadosas, conductas compasivas en nuestras relaciones con los demás.

¿Ilusorio? ¿Utópico? ¿Ineficaz en según qué ocasiones? Pongamos una de ellas. ¿Cómo hablar desde el amor cuando quiero reprender a alguien, cuando me estoy defendiendo del ataque de otros? ¿Para qué superar la tendencia a hablar desde el rencor?

Hablar desde el amor, mejor que desde el rencor, nos permitirá guardar la compostura, las formas, tener equilibrio, hablar con argumentos y, sobre todo, ser escuchados. Es probable que hasta dejemos descolocados a nuestros interlocutores, que esperarían una respuesta desde otro lugar.

Siempre tenemos la opción de hablar desde el amor, incluso en circunstancias en las que, de manera natural, lo hubiéramos hecho desde otro sentimiento. Podemos hacerlo invocando al amor por nosotros mismos, al amor que tenemos a la otra persona; invocando al amor que tenemos a las personas que defendemos, protegemos, o a aquellas por las que luchamos. También invocando al amor que algunos sentimos de Dios.

Sigamos cuestionando. ¿Y si no somos capaces de hablar siempre desde el amor? Natural que no lo hagamos siempre; somos personas, afortunadamente. Enunciar un propósito es comprometernos con unas conductas concretas, que queremos reproducir cuanto más mejor. Hacemos público el compromiso, lo damos a conocer a los demás, porque, en primer lugar, así reforzamos nuestro compromiso. En segundo lugar, nos ayuda a que alguien, quizá también desde el amor, nos recuerde cuál fue nuestro compromiso cuando nuestras conductas no estén alineadas con él. Por último, está la determinación de perseverar cuando estamos convencidos de que el propósito y lo que él nos reporta merecen la pena. ¡Propósito de enmienda!, solemos decir, cuando fallamos.

¿Qué otras razones para hablar desde el amor?

  1. La comunicación es a la relación como la respiración es a la vida. Son palabras de Virginia Satir, conocida como la terapeuta de todas las familias. No hace falta que te diga cuánto tiempo duraríamos sin respirar, ¿verdad que no? Entonces, ¿cómo pretender que una relación dure sin una adecuada comunicación? Dicho de otra manera, ¿quieres mantener relaciones saludables y fructíferas? Fácil: cuida tu comunicación.
  2. Lo importante es la relación, no tanto si tenemos o no la razón. Difícil de observar, ¿verdad? Sobre todo, por muchos de nosotros, de formación técnica o científica, acostumbrados a relaciones lineales causa-efecto. Tanto es así, que dejamos de admitir otras posibilidades. Sin duda, muy influenciados por la idea –escasamente cuestionada- de que la verdad solo puede ser una. Entonces, porfiamos, argumentamos, contrargumentamos, elevamos el volumen de la voz, gesticulamos, … Sin darnos cuenta de que, transformado en monólogos alternativos, el diálogo hace tiempo que desapareció. Al desaparecer el diálogo, va deteriorándose la relación hasta, probablemente, extinguirse o reducirse a lo mínimo imprescindible, aun manteniendo el inmerecido nombre de relación. Ahora soy yo el que te cuestiona: ¿eliges la razón o la relación? ¿Prefieres acumular amigos o acumular discusiones ganadas?
  3. Lo importante es querer conservar la relación, hacerla más nutritiva. Sí, como muchas cosas en la vida, relacionarse bien es una elección. ¿Con quién eliges relacionarte? ¿Por qué y para qué? Estas son algunas de mis razones:
    1. Simplemente, porque valoro a la otra persona, la aprecio, la quiero, sea o no de mi familia, tenga o no mis mismas ideas o similares aspiraciones en la vida.
    2. Interesadamente, porque la relación, en cualquier momento, puede reportarme un beneficio.
    3. De manera desinteresada, porque quiero estar disponible en la relación, para lo que pueda necesitar la otra persona de mí.
    4. Porque me lo paso bien, porque la relación me sienta bien.
    5. Si es verdad lo que algunos investigadores afirman, porque las relaciones saludables nos alargan la vida, nos hacen más longevos.

¿Cómo saber si estás hablando desde el amor? Te darás cuenta enseguida. Tu cuerpo te lo manifestará: serenidad interior, suavidad de movimientos, sensación de control, renuncia a ganar. También otros lo verán en ti: semblante relajado, rictus sonriente, gestos amables; nada de movimientos bruscos, tampoco dedos acusadores. Por supuesto, nada de palabras inapropiadas y, por encima de todo, voz calmada. Los gritos no son una opción válida. Más bien, voz bajita que transmita respeto, que evite cualquier intención de imponerse por la fuerza. Voz que, en su debilidad, contemple la duda como opción. Recuerda, si no, la anécdota del matrimonio que caminaba una tarde:

     – Oigo que se aproxima una carreta –afirmó él.
     – Sí, viene vacía –replicó su esposa.
     – Vacía, ¿cómo sabes que viene vacía si no la ves?
     – Fácil, cuanto más vacía está, más ruido hace, –concluyó la mujer.

Para terminar esta reflexión, un último cuestionamiento: ¿acaso planteo mantener la relación a toda costa? Obviamente, no. Cada cual tiene sus líneas rojas. Yo me ocupo de no tener demasiadas y, sobre todo, difuminarlas con las personas que me importan. Eso, a veces, significa hacer la vista gorda, morderme la lengua, en definitiva, dejar pasar lo accesorio para centrarme en lo esencial. Y, para ello, de vez en cuando orar:

Oh, Espíritu Santo,
inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
lo que debo escribir,
cómo he de actuar,
qué decidir.

Ilumina mi entendimiento
y fortalece mi voluntad.
Dame paciencia para escuchar,
agudeza para entender,
sutileza para interpretar;
dame acierto al comenzar,
dirección al progresar,
buen criterio para terminar.  

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Leche y miel

Leche y miel. Seguro que esta combinación te resulta familiar, ¿verdad que sí? Es el remedio tradicional para el dolor de garganta y otras dolencias similares; la recomendación de nuestras abuelas, de nuestras madres, de cualquiera que nos quisiera bien.

Leche y miel es también la combinación que, por primera vez, conocí de la mano de Eric Fromm en su obra El arte de amar. Fue en forma de metáfora, para ilustrar el papel de la madre y, por extensión, del padre en la crianza de los hijos. Fromm argumenta que todos somos capaces de aportar la leche, es decir, el alimento. Y, de forma más general, las necesidades básicas, sin demasiado esfuerzo.

Por el contrario, para proporcionar la miel, padre y madre deben poner algo más de su parte. Para muchos, aportar miel es algo que les sale de forma natural. Por su personalidad, por su vivencia en la familia de origen, por su educación… Otros, en cambio, tenemos que hacer un esfuerzo consciente y, casi, tenemos que construir un plan para procurar la miel, para darla en las dosis adecuadas, en el momento adecuado. ¿Dosis adecuadas?, ¿momento adecuado? Eso, ¿según quién?, ¿de acuerdo a qué criterio? Es obvio cuál, ¿no te parece?

Ante la duda, quizá, el plan sea proporcionarla de manera continua. En cualquier caso, procurar la miel requiere de acciones concretas:  gestos, miradas, caricias, comentarios. Requiere de tiempo para la observación, para la escucha, para compartir en silencio, para sorprendernos, para admirar, para callar, para alentar, para, simplemente, decirlo: TE QUIERO.

Leche y miel. Fácil de entender. Seguro, algo queda por hacer. 

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Para cambiar el mundo

Recientemente, he leído varios libros sobre modelos de dirección de empresa. Diferentes autores abogan por hacer las cosas de otra manera, por crear un mundo mejor, más sostenible: un lugar donde todos tengamos cabida y en el que todos disfrutemos de una vida digna, y más. Seguro que todas estas teorías e iniciativas bienintencionadas son muy poderosas, muy válidas, y tienen su fundamento bien argumentado y contrastado. 

Mi opinión es que hay una muy buena manera, complementaria a esos modelos. Una forma de hacer las cosas, también contrastada; en este caso, durante siglos.  El mundo mejora, día a día, de la mano del amor y de la compasión, que están siempre disponibles, dentro de cada uno de nosotros, esperando para entrar en acción. Atrevámonos a probar y contrastar los resultados. Pueden ser extraordinarios, ¿verdad que sí? Recuerda: amor y compasión.

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¿Desde dónde sueles tú hablar?

¿Desde dónde te gusta hablar?
     Todos tenemos un lugar favorito desde donde hablar. Desde allí hablamos la mayoría de las veces. Es el lugar en el que solemos estar con más frecuencia, al que ya nos hemos acostumbrado.
      Por ejemplo, muchas personas hablan desde el atril, como sentando cátedra; otras muchas, desde el fondo de la clase, queriendo pasar desapercibidas; algunas, desde el suelo, como si pidieran disculpas o permiso para hacerlo.
      Normalmente no elegimos desde dónde hablar: lo hace nuestro estado de ánimo. O nuestro inconsciente de forma automática. Entonces, hablamos desde el rencor, desde el miedo, desde el resentimiento, desde la resignación, desde el pesimismo. O, por el contrario, desde la ilusión, la esperanza, la compasión, desde la confianza.
      Aunque nosotros no nos demos cuenta, sí percibe nuestro interlocutor desde dónde estamos hablando. A través del tono de la voz, del volumen, de los gestos, de la mirada. De nuestro lenguaje no verbal. También tú lo percibes, ¿verdad? ¿Cómo te afecta? ¿Te cambia, como a mí, el humor?    Puede ser a mejor o a peor… raro es permanecer indiferente, según desde dónde te hablen.
      El condicionamiento cultural y los mecanismos automáticos aprendidos tienen la primera palabra. Sin embargo, ¡puedes desafiarlos! Tú puedes, a conciencia, elegir desde dónde hablar en cada momento. Basta con proponértelo y practicarlo. Y hacer el propósito al iniciar la conversación.
      ¿Qué tal hablar desde el amor? En cualquier situación. En especial, en las situaciones críticas, en las más delicadas.
      Sí, hablar desde el amor. Y, también, contestar desde el amor.
      Desde el amor, todo puede cambiar.

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