Sociedad polarizada -¿y magnetizada?-

En pleno siglo XXI, cuando más desarrollados deberían estar la tolerancia y el respeto, parece que vivimos en una sociedad cada vez más polarizada. En multitud de ámbitos y disciplinas. Predominan dos extremos diametralmente opuestos. Normalmente, la mayoría de nosotros nos ubicamos en uno de los dos extremos, o en el otro. De manera consciente, como motivo de nuestra elección, o, sin darnos tanta cuenta, arrastrados por el ambiente.  Luego, algunos individuos quedan entre los extremos, conformando el grupo de los tibios, más o menos centrados, más o menos equidistantes de los extremos. Lo vemos en múltiples ámbitos. Por ejemplo:
    – En política: los de derechas y los de izquierdas, con los, supuestamente, de centro.
    – En religión: los creyentes y los ateos o no creyentes, con los más o menos acomodados agnósticos.
    -Ahora, en los momentos que atravesamos: los negacionistas y los covid-creyentes, también despectivamente llamados tragacionistas, junto con los tibios o disciplinados que no se plantean mucho más.

Quizá caiga en una simplificación excesiva, como siempre que se pretende crear categorías. No obstante, sirve, en términos generales, para entendernos y, sobre todo, más allá de los matices, es un modelo que podemos fácilmente identificar en la sociedad actual, en nuestras relaciones cotidianas con los demás.

De entre las distintas polarizaciones que podamos identificar, la palma se la lleva, ahora mismo, la de los pro-vacunas frente a los anti-vacunas (siempre hablando de vacunas anticovid, claro, que las otras, las tradicionales, no son fruto de tanta confrontación). Por extensión, los negacionistas frente a los covid-creyentes. En sus relaciones -y en sus enfrentamientos- los individuos de cada extremo quieren, y llegan a exigir a los del extemo opuesto, argumentos razonados de por qué mantienen esa posición. Paradójicamente, por muy convincentes que pudieran resultar, estos argumentos no suelen ser escuchados si no es para rebatirlos, ridiculizarlos, denostarlos e, inmediatamente, contrargumentarlos con los razonamientos propios que, a su vez, tampoco son escuchados por la otra parte si no es para lo mismo: rebatirlos, ridiculizarlos, denostarlos.

Con diferencia, las arremetidas más furibundas son las que se esgrimen contra los supuestos analfabetos científicos -léase Miguel Bosé, o vaya el burro por delante, yo mismo-. Entonces, ya lo he dicho, se nos ridiculiza hasta convertirnos en punching-balls (sacos de boxeo). La ridiculización, que también busca su argumentación lógica, viene por lo alejada que está nuestra profesión de la ciencia médica, biológica o epidemiólogica, o por lo inconcebible de que “como es posible que alguien con estudios, con capacidad cognitiva demostrada, sea capaz de creer todo eso, de decir todo eso”. Como si los argumentos y razonamientos fueran nuestros -de Bosé, míos o de cualquier otro no preparado técnicamente-, como si esos argumentos fueran de nuestra creación. Sin embargo, la realidad es que, lo sabemos nosotros, lo saben ellos, lo sabes tú, nuestros argumentos no son nuestros, sino que los tomamos prestados de, esos sí, prestigiosos profesionales, cuando no eminencias, del campo científico. Nosotros, los de un extremo, pero también ellos, los del otro extremo. 

En medio del fragor de la batalla, en forma de conversaciones normalmente subidas de tono, la sobreexposición a la información juega en contra de los dos extremos, pero, sobre todo, en contra del extremo minoritario, el que cuenta con menos adeptos, que, por otra parte, digamos, es el no oficial, el que diverge, el que desafía el status quo presentado. O sea, en contra de quienes no disponen del control de los medios (tradicionales, mayoritarios). Ante esta falta de apoyos, el extremo minoritario o disidente, recurre a medios alternativos, no tan conocidos, que son denostados por los canales oficiales. Ya tendremos tiempo más adelante de referirnos a ellos con más detalle. El caso es que, entre unos y otros, se monta un batiburrillo tal que quien pretenda acercarse sin sesgos y sin prejuicios al fondo de la cuestión sale espantado. Pareciera que todo vale con tal de demostrar y justificar lo que se prentende: 
    – Datos numéricos descontextualizados, sin referencias relativas que permitan objetivar la información.
    – Muestras insuficientes.
    – Falacia de la evidencia incompleta, o supresión de pruebas (cherry-picking), consistente en mostrar sólo las pruebas que confirman la hipótesis que se quiere demostrar.
    – Interpretación partidista de las relaciones causa-efecto.
    – Indicadores poco significativos o, incluso, totalmente irrelevantes.
    – Uso del descrédito personal.
    – Etiquetado de hechos contratados como fake news y lo contrario, creación de fake news como supuestos hechos verdaderos.
    – Etc, etc.

Al batiburrillo anterior, y a la tensión que provoca cualquier debate sobre lo expuesto arriba, sólo la amistad aguanta, que no siempre los lazos familiares, como ocurre con otros aspectos controvertidos. Así, llega un momento en el que llegan a intervenir quienes siempre tratan de dejar sus motivos personales aparte, con tal de no contrariar, con tal de mantener la relación, con tal de, en definitiva, respetar al amigo -familiar, compañero, conocido, allegado, etc.- mientras esa persona les guarde, si no un pulcro respeto, sí un respeto mínimo que les haga conservar su dignidad y estima. Al final, personas como tú y como yo llegamos a intervenir. Normalmente, igual que los que están en el otro extremo, lo hacemos desde el deseo de hacer el bien, que ya lo dijo el apóstol Santiago : “Todo aquel que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado” -Santiago 4:17-.

Volviendo a la polarización de la sociedad-y del respectivo posicionamiento de cada persona-, es inevitable llevar la vista a dos colectivos que tienen especial influencia en la sociedad, por su autoridad técnica y su credibilidad: el colectivo de los profesionales sanitarios y el de los medios de comunicación, respectivamente. A los primeros, por ejemplo, hay quienes los acusan de permanecer en silencio, de dejar de dar su opinión autorizada, de no investigar suficiente, de no denunciar suficiente. En definitiva, de no jugar un papel más activo y, tal vez, más atrevido, que permita dar luz en tanta oscuridad. Claro, eso lo dicen los del extremo negacionista, con el deseo de atraerlos a su posición. 

No obstante, hay que reseñar que son muchos los profesionales de la Medicina, en España y en el mundo entero, los que han puesto en juego su trabajo y su reputación por manifestar su opinión; y que han perdido la vida, como, por ejemplo, el doctor Li Wenglian, en China. También han levantado la voz colectivos como Médicos por la verdad, al que se han unido colectivos de otros ámbitos como Policias por la verdad, Abogados por la verdad, etc.

Resulta fácil de exigir la intervención -supuestamente influyente y determinante- de esos colectivos cuando tú no perteneces a ninguno de ellos, como es caso de la mayoría de los ciudadanos, también el mío. Cuando tú no estás en esa misma obligación. Cuando puedes argumentar que tú no tienes credibilidad por falta de conocimiento. Estoy familiarizado con la situación: como cristiano católico estoy acostumbrado a rechazar la labor de evangelización. Tengo muy aprendida la lección: que den testimonio los que estén mejor preparados, los que tengan las ideas más claras, los que han recibido el talento y la vocación para ello. Otra clase de comodidad por mi parte, eufemismo de cobardía, como eufemismo de miedo es el respeto.

Ante este panorama, muchas personas, desde su posición, desde sus supuestas certezas, sus dudas, sus esperanzas y su buena fe, exponen sus argumentos. Aunque, como yo, no sepan expresarlos por sí mismas con naturalidad ni facilidad. Quisiéramos hacer lo de siempre: encontrar teorías en las que apoyarnos. Pero, a diferencia de las de Gauss, Faraday u Ohm, en Electrotecnia; o las de Newton, Pascal, o Arquímedes, en Física; o las de Ramón y Cajal o Severo Ochoa, en Medicina, por ejemplo, las actuales hipótesis -no digamos ya teorías- están por validar. Y tienden a darse por buenas las mayoritarias, las que cuentan con el respaldo de los medios oficiales. Mientras tanto, otras que cuentan con menos adeptos se descartan antes de tiempo, cuando no se ridiculizan. ¿Acaso fueron admitidos, a la primera, los postulados de Galileo en Astronomía cuando aseguró que la Tierra no era plana sino esférica? Sin embargo, esos postulados terminaron imponiéndose; la verdad acabo imponiéndose. Aunque la primera vez sólo fuera sostenida por una persona, y lo hiciera en contra de todo y de todos.

Concluyo ya esta reflexión sobre la sociedad polarizada -y me pregunto si, en breve, sociedad magnetizada- para, en base a muchos de los argumentos esgrimidos por la posición minoritaria, llamar a la reflexión. Lo hago en forma de respuestas a las siguientes preguntas:

¿PORQUE ALGUNAS PERSONAS ELIGEN NO VACUNARSE?

8 PREGUNTAS MÁS QUE MUCHOS NOS HACEMOS SOBRE EL CORONAVIRUS

Porque el debate científico es ahora más necesario que nunca. Porque sólo con exponentes de diferentes perspectivas puede haber debate fructífero. Porque lo merecemos, debemos promoverlo. Sobre todo, para llegar a la verdad y, cuando toque, no antes, descanser en paz. 

¡Por una vida apasionante! 
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Por el mismo autor: www.15habitos.com

1 opinión en “Sociedad polarizada -¿y magnetizada?-”

  1. Buenas tardes Santi:

    Sin duda, el espíritu crítico es el mejor camino para no polarizarse, para huir del dañino sectarismo que en los últimos años nos asola en casi todos los ámbitos de nuestra vida, especialmente en el político, que es casi todo, porque, al final, todo termina siendo política en su sentido más etimológico. Buscar a quienes opinan distinto, además de divertido -para quienes no buscamos corroborar nuestras opiniones, claro, sino contrastarlas- y sano, es la mejor forma de aprender. De aprender a cambiar de opiniones sin rubor o de reforzar los argumentos racionales de las propias. Como dijo alguien, a veces se lleva razón y a veces se aprende.

    He leído con atención tus entradas sobre el tema. No he leído el contenido de todos los enlaces que apoyan la postura minoritaria, entre otras razones porque no tengo capacidad ni tiempo para entender -en el sentido de avaluar con conocimientos de causa-, la mayoría de ellos. Obviamente, tampoco la tengo para entender -en el mismo sentido indicado- los artículos científicos que apoyan la postura mayoritaria.

    Es evidente que para cualquiera con espíritu crítico existe incertidumbre y dudas en la postura a la que llamas mayoritaria. La primera, sobre si los datos que las autoridades y científicos nos aportan son ciertos. Me refiero a los datos cuantitativos, y por tanto objetivos, sobre infectados, ingresados en hospitales y UCI, fallecidos, etc., sobre la evolución en el tiempo de esos datos o sobre su correlación y causalidad con las medidas adoptadas, entre otros. Y también a los resultados y conclusiones de las investigaciones científicas sobre el propio virus, sobre las vacunas, sobre cómo cursa realmente la enfermedad, etc. En definitiva, existen dudas sobre los datos oficiales, esos a los que tú llamas de la corriente mayoritaria. Y existen porque la honradez y honestidad, incluso la solvencia intelectual, de quienes nos gobiernan tiene bastantes sombras.

    Pero también es avidente que el otro lado, el de la corriente minoritaria, tampoco aporta un discurso coherente y sólido. Digamos que se le podría aplicar una crítica similar a la de la postura oficial. Un par de ejemplos extraídos de tus propias entradas ilustrarían esta apreciación.

    Por ejemplo, cuando enumeras las 31 razones del rabino Hanania Weissmana refirinédote a ellas como decisión «perfectamente argumentada» nos encontamos con estas afirmaciones:

    1.- No es una vacuna, porque no proporciona inmunidad. Es un tratamiento médico, y las autoridades -el establishment- engañan a la población con sus argumentos, refiriéndose al tratamiento como una vacuna, sin serlo.

    2.- Los beneficios de este tratamiento son mínimos y poco duraderos (lo que obliga a inoculaciones permanentes).

    3.- No se puede afirmar que sean tratamientos seguros porque no se conocen sus efectos a largo plazo.

    Es difícil ser más contradictorio en 3 proposiciones que, además, van seguidas. Si no se conocen sus efectos a largo plazo, ¿cómo se puede afirmar que sus efectos son mínimos y poco duraderos o que no proporciona inmunidad?

    Otro ejemplo. En la carta abierta a todos los ciudadanos del mundo y a todos los gobernantes firmada por mucha gente se dice, por un lado «It is clear that at no point was the National Health Service (NHS) in any danger of being overwhelmed, and since May 2020 covid wards have been largely empty; and crucially the death toll from covid has remained extremely low», y por otro, «Hospitals became essentially ‘covid only’ centres vast numbers of patients were wilfully neglected, resulting in many thousands of unnecessary deaths.» ¿En qué quedamos?

    He encontrado bastantes mensajes contradictorios o incohernete más, lo que no permite calificar a la corriente minoritaria de más rigurosa que la mayoritaria.

    Para ir concluyendo y no ser plasta. Yo soy muy crítico con todo lo que cae en mis manos, de uno y otro lado. A partir de ahí, como no puedo vivir en una permanente esquizofrenia, asumo que la información que me llega, de un lado y de otro, no debo tragármela de manera acrítica. Y debo escoger teniendo en cuenta mis limitaciones científicas en el asunto y mi capacidad, también limitada, de análisis. ¿Qué hago entonces? Pues empleo el sentido común. Obviamente, mi sentido común. Por ejemplo, entre otras cosas, procuro no llevar mascarilla al aire libre si hay distancia de seguridad -salvo que haya policía, por aquello del bolsillo-, la uso en espacios públicos interiores y me he vacunado porque he estimado, equivocadamente o no, que el beneficio compensa con creces el riesgo.

    Un fuerte abrazo, Santi.

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